Hoy hace un año que empezó una pesadilla de la que aún no he podido despertar. De golpe vimos como todas nuestras libertades se veían coartadas y la vida como la conocíamos se desvanecía tras nuestros pasos. El mundo había cambiado.
Durante este año de aprendizaje he vivido mucho, quizás demasiado. Estoy convencida que todos hemos experimentado demasiadas sensaciones, emociones, pensamientos, miedos y problemas. Cada uno con nuestra propia experiencia personal, con toda esa carga de vivencias a nuestras espaldas vacía de esperanza.
Un año después hemos aprendido a vivir en esa realidad alternativa tan surrealista como apocalíptica. Hemos llevado la palabra resiliencia a otro nivel, y nos hemos expuesto a la batalla más dura que jamás pensamos que tendríamos que lidiar.
Quiero pensar que nada ha sido en balde y que esta experiencia que está viviendo la humanidad, aunque nos ha dejado tatuado en la memoria el horror del arresto domiciliario de una guerra invisible donde la incertidumbre, el miedo y el colapso se convirtieron en normalidad, servirá para hacernos mejores seres humanos.
La vida nos sorprende cada día con nuevos retos, nuevas circunstancias, nuevos miedos, y al final de este periplo, si la superamos, nos habrá hecho más fuertes, valientes y sabios que nunca.
Valores que en el camino nunca debimos perder y que ahora tendremos que recuperar de la manera más abrupta, desconcertante y dolorosa posible.
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