A veces me gusta subir a la azotea y observar la ciudad desde ahí. Miro cómo el cielo azul intenso va tornándose lila al caer la tarde y dejo que la brisa estival despeine mi melena. Es la misma ciudad de cada día, pero desde esta óptica parece un mundo totalmente distinto. Una nueva ciudad por descubrir.




Sus calles, los edificios, sus ventanas...y en cada ventana una historia diferente, una vida diferente. Miro hacia abajo y a estas horas aún puedes ver a algún despistado corriendo hacia la parada del autobús de línea después de haber concluido su jornada laboral. Parejas de mediana edad que pasean distraídas por el paseo de la Diagonal o un chico paseando a su perro por los jardines de la Avenida de Pau Casals.
Es una cotidianidad tranquila y sosegada, una calma urbana tan apacible como insólita. Las tardes de verano en la ciudad son tardes extrañas. Al llegar el ocaso la ciudad adquiere una calma silenciosa que lo envuelve todo. Las aceras vacías, los comercios cerrados y el murmullo del tráfico casi imperceptible silenciado por la brisa estival. Se crea un ambiente íntimo y acogedor del que sólo podemos gozar los que aún seguimos aquí.
No negaré que echo de menos mi isla, que añoro pasear por la orilla de Cala Saladeta, leer un libro bajo un pino en Es Xarco, o ver la puesta de sol desde la Torre del Pirata de Cala Conta. Ibiza es mi isla, mi lugar donde volver a soñar, pero Barcelona es tan mágica como auténtica, y no la cambio por nada.
Desde mi azotea observo este mundo y me pregunto maravillada cómo tengo tanta suerte. Yo, mera observadora de esta realidad que me acaricia, de un mundo nuevo y una visión del mismo tan sólo mía: este cielo azul, esta tarde, esta brisa, esta ciudad. Mi ciudad.
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Vestido: Charo Ruiz Ibiza; Alpargatas: Ria Menorca
Precioso post, preciosa ciudad y precioso vestido!😉😍